Te quitaste la ropa, abriste las sábanas, y a dormir. Aún era de día.
Han pasado muchísimas horas. Has descansado como un bebé. Son las 2 de la mañana. ¿Las dos de la mañana? Y te sientes como si ya te pudieras levantar. Y qué hambre!!! Miras en tu mochila, hay unas galletas de chocolate que han venido contigo desde España. El chocolate está todo pegajoso, pero da igual, te las zampas con deseo.
Y te vuelves a meter en la cama. A ver qué pasa. Tardas en dormirte, pero al final vuelves a conseguirlo, seguramente porque el cansancio físico aún puede contigo.
Amanece. Las 07.00 AM. Arriba, que estamos en Bangkok. Una ducha, ropa limpia, a desayunar. Es la primera vez que vamos a hacerlo en el hotel Shangri-La. El restaurante está una planta por debajo de la recepción. Hay que salir a la piscina. Dios! qué calor, y qué de humedad... Llegas a la entrada. Sawadi ja... Te saluda la recepcionista. Te pide la habitación, y para adentro.
Te llevan a una mesa, te preguntan "coffee or tea?" Café, por supuesto. Te ponen una jarra enana con lo que se supone que es leche, y te levantas a coger tu comida. He estado en muchos hoteles de lujo, y he visto muchos buffets de desayuno, pero la sensación que tenía allí no la he tenido en ninguno. Había mucho de todo, sin colas para coger nada, nada se acababa, todo iba "sobre ruedas", no había que esperar. Todo estaba delicioso. Al salir no pude dejar de pensar que aquello era "orgásmico para la vista".
Y ya estás a tope. Sales fuera, pillas un taxi, y le pides que te lleve al templo de mármol. Es el Wat Benchamabophit. Está bastante retirado, pero no te importa. Al final son 20 minutos de taxi. ¿No era una ciudad colapsada por el tráfico?
Llegas, cruzas un canal, y entras en el templo. Responde perfectamente a su nombre. Es uno de los templos más bonitos que puedes ver en Bangkok. Si el Wat Pho y el Wat Phra Kaeo te generan sorpresa porque no has visto en España nada así, el Wat Benchamabophit no se queda atrás. No se queda atrás. No es muy grande, pero está pulcramente conservado, jardines limpísimos, canales cruzados por puentes en el interior del recinto, algunas mujeres rezando dentro. Se respira paz, mucha paz, como en todos y cada uno de los templos budistas de Tailandia. La visita no dura mucho, ya he dicho que el templo no es muy grande.
Después vamos al palacio de Teka. Andando, porque según el mapa no está lejos... Pero el calor y la humedad hacen que la distancia se duplique. Por el camino pasamos junto al zoo de Dusit, pero no entramos.
El palacio de Teka, sus fachadas están hechas de ese material. Un recinto radicalmente distinto al resto en la ciudad. Está vigilado por militares, o eso parece, ya que las personas que lo cuidan en su interior llevan uniformes de color caqui.
Para entrar te tienes que pones un sarong encima de tu ropa. Luego entras en un recinco en el que tienes que dejar tus cámaras de fotos. TODAS tus cámaras. Abres una taquilla, echas una moneda, metes dentro las cosas, y cierras, te llevas la llave.
Sales del recinto a un jardín, cruzas un pasillo enlosado, aún calzado, y vas a otra estancia, ya dentro del palacio en sí, donde tienes que dejar tu calzado. Sales de esta estancia por unas escaleras, y te diriges a la entrada, haces una pequeña cola, motivada por un arco de seguridad, y oh oh, llevas el móvil en el bolsillo... Ya, pero no voy a hacer fotos con él... Da igual, el móvil a la taquilla...
Te vuelves por donde has venido. El pasillo enlosado del jardín está al Sol. Vas descalzo, quema hasta decir basta.. Llegas a la taquilla, la abres, y, oh sorpresa, no recuperas la moneda. Vaya timo!! dejas la mierda del móvil, con el que no pensabas hacer fotos, metes otra moneda, y hala, otra vez por el pasillo ardiente... Y a ver el palacio.
El palacio de teka en sí no es gran cosa. Su gracia está en que toda la fachada está hecha de ese material. Las visitas son en grupo y con guías en inglés, de manera que, si no lo hablas, no te vas a enterar de nada. Te llevan por diferentes estancias, hasta acabar. Si piensas en lo que tuviste que andar, bajo un Sol de rigor, desde el templo de mármol, y toda la peripecia para dejar el móvil y la taquilla, te preguntas si realmente ha merecido la pena. Sí, hombre, sí. Que uno no va a Tailandia todos los días.
A la salida, hora de comer. Nos vamos al Siam Paragon. Pero ahora en taxi. Andamos buscando una calle principal, hasta encontrar una. Empiezan a llegar, les pides taxímetro, te dicen que no, que negociando precio, tú que ni hablar, se van... Hasta que das con uno que te dice que sí, y te lleva.
El Siam Paragon es la gran demostración de que Tailandia está lejísimos de ser lo que yo pensaba antes de llegar a este país: Tercermundista. Tiendas de todos los gustos y colores, y marcas de las prohibitivas, abundan por todas las plantas. Junto al Siam hay otro centro comercial, y enfrente, cruzando las escaleras que te llevan al sky train, hay otro. Es un auténtico laberinto, y muy fácil perderse.
Nos metemos en un restaurante pizzería, nos sientan junto a una ventana desde la que se domina toda la calle. Hay mucha sed. Te reponen el refresco de cola (no era Coca Cola, estoy casi seguro): Un camarero viene con una jarra cuando ve que tu vaso está por la mitad, y te lo llena. Se agradece porque hay déficit de líquido. Pides pizza, te la sirven, te la vas comiendo, mientras ves, a través de la ventana que hay una promoción de un coche, un stand, con actores y músicos, y muchos chicos y chicas mirando. Está lleno de Lolitas japonesas. O eso habría pensado si hubiera estado en Tokyo. Pero no, es Bangkok. Quería ir a Tokyo a verlas, pero ya no me hace falta (bueno, no importa, iré.)
Después de comer, a ver la casa de Jim Thomson. Este señor se instaló en Tailandia en la década de los 50 del siglo XX, y comerció con la seda, hasta que un buen día desapareció. Es una casa pequeña, pero muy chula, junto a un canal que apesta. No hay fotos, no dejan hacerlas, no es como en los templos. Y cobran bastante caro la entrada, pero da igual, hay que verlo. De haber estado en Madrid, creo que no habría ido nunca, ya que la importancia está en el personaje, no en la casa. No me voy a explayar, quien quiera detalles tendrá que leer el Lonely planet.
Casi al final de la jornada, un paseíto por la "Golden Mountain". Un templo en lo alto de un cerro, dentro de la propia ciudad. Más paz. Muchas campanas que suenan, en lo alto un monje rezando, se le oye por los altavoces. Una razón más para alegrarte de haber venido a esta caótica y maravillosa ciudad. Las piernas empiezan a sufrir. Hay que volver al hotel.
Reposo, algo de cena en el buffet del hotel... Falta Pat Pong. El mercado más famoso de falsificaciones de la ciudad, aunque no es el mercado más grande (Chatuchat, pero sólo funciona los domingos). Sky train, algunas paradas, y ya estamos. Queremos comprar algún reloj, y algún polo de Lacoste, por supuesto todos falsos. Mientras llegas, varios locales te enseñarán y ofrecerán tarjetas, no haces mucho caso, pero, en una de estas, miras, y escuchas más atentamente. Te ofrecen sexo... Con niñas, niños, tríos... Es lo más denigrante del comercio sexual de este país. No íbamos buscándolo, pero en Pat Pong se encuentra sin buscar. Un gesto con la mano, "no, gracias", y se van. No es lo que buscas.
Pat Pong son dos calles, una de ellas ancha con los puestos en el centro, los garitos a los lados. Si miras a la izquierda, puestos, si miras a la derecha, entradas con cortinas, si alguna se mueve verás un trasero supuestamente femenino, seguro. Muchísimos puestos de todo. Te paras en uno, no sabes cuál, te ha caído bien el dependiente, llega el regateo, calculadora en mano y chapurreo en inglés. Te llevas varios polos. Te durarán un año, dos si eres sentimental, pero por 4 euros cada uno, qué quieres.
Luego los relojes. Has leído que los buenos no están a la vista. Así que, cuando un dependiente te cae bien, dices "éste", y le pides que te enseñe, te saca un catálogo, los miras, señalas el que te gusta, "ahora vuelvo" te dice en inglés, y viene... Saca tres modelos, miras, los coges, los sopesas, dices "pesa", piensas que "si pesa, es bueno"... Coges un par de ellos, 20 € cada uno. Los pagas, te vas, te queda el resquemor y la duda, de si te habrán timado. Tranquilo, seguro que sí. pero da igual. Eres un turista y has venido a hacer lo mismo que todos los turistas... Menos beber sangre de serpiente, como hace Di Caprio en "La playa".
Se acabó por hoy. A dormir. Mañana toca el mercado flotante.
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